Una de las leyendas urbanas más persistentes en la era digital es la creencia de que nuestros dispositivos escuchan las conversaciones para mostrar anuncios personalizados. Aunque el jefe de Instagram ha negado reiteradamente esta práctica, la realidad sobre el funcionamiento de su sistema publicitario es, de muchas maneras, más inquietante que el mito inicial. Instagram, junto con otras redes sociales, utiliza algoritmos avanzados que analizan el comportamiento del usuario, desde sus interacciones hasta las búsquedas y patrones de navegación, para generar anuncios altamente personalizados. Esta capacidad permite a las empresas dirigir sus campañas de manera más efectiva, basándose en un perfil digital detallado de cada usuario, compuesto a partir de su actividad en línea.
La maquinaria publicitaria de Instagram no se limita a lo que los usuarios dicen o escriben, sino que se extiende a una red compleja de datos que incluye la ubicación, intereses y contactos sociales. A través de colaboraciones con otras plataformas y el seguimiento de cookies, Instagram puede formar una imagen integral del comportamiento del usuario. Esta estrategia no solo maximiza la eficacia de los anuncios, sino que también plantea serias preocupaciones sobre la privacidad y el uso de datos personales. Mientras las empresas defienden estas prácticas como una forma de mejorar la experiencia del usuario, los críticos señalan la delgada línea que separa la personalización del invasivo control de la vida digital.
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