Desde sus inicios, el cine ha influido notablemente en la cultura popular, moldeando percepciones y estilos de vida. Actrices como Clara Bow, Elizabeth Taylor y Audrey Hepburn, a través de sus icónicos looks en la pantalla grande, han dejado huellas imborrables en la moda y el imaginario colectivo. Sin embargo, el fenómeno de Veronica Lake en 1942, con su personaje en «Me casé con una bruja», destaca por haber generado un impacto que fue más allá de las pasarelas. Su melena «peek-a-boo», que caía sobre su rostro y creaba una mezcla de inocencia y sensualidad, se convirtió tanto en símbolo de glamour como en un desafío práctico durante la Segunda Guerra Mundial.
A medida que muchas mujeres comenzaron a imitar su estilo mientras trabajaban en fábricas de armamento, surgieron serios problemas de seguridad laboral, ya que su cabello a menudo se enganchaba en la maquinaria. Ante la intervención del Departamento de Defensa, Lake adaptó su peinado y participó activamente en campañas de concienciación para promover la seguridad en el trabajo. Aunque su colaboración fue bien recibida, su imagen de glamuroso ícono sufrió un desgaste. A pesar de sus dificultades personales, su legado perduró, siendo recordada no solo por su belleza, sino también por su sacrificio y compromiso social.
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