La presidencia de Gustavo Petro en Colombia será recordada como un intento audaz de cambio que, sin embargo, se vio marcado por contradicciones y desilusiones. Petro llegó al poder como una figura de la izquierda con la promesa de combatir la corrupción y dignificar a las comunidades más olvidadas del país. Sus ideales revolucionarios, respaldados por su pasado guerrillero, despertaron esperanzas en un vasto sector de la población que anhelaba justicia social. Sin embargo, el relato de su gobierno se tornó en un estudio sobre la complejidad de ejercer el poder en un país con profundas divisiones políticas y sociales. A medida que avanzaba su mandato, los desafíos no solo provenían del ámbito institucional, sino también de la forma en que decidió comunicarse con el país.
Petro destacó por su uso intensivo de Twitter, plataforma que utilizó tanto para comunicar como para gobernar, transformándola en su principal medio de interacción con los ciudadanos. Esta adicción a la red social lo llevó a realizar publicaciones controvertidas, incluso revelando información que comprometía la seguridad nacional y las relaciones diplomáticas de Colombia, especialmente con Estados Unidos. Su enfoque en Twitter lo desconectó de las realidades del país que no alcanzaba con su discurso digital, alejándose de los problemas tangibles que requerían atención directa. La administración de Petro se descompuso en un cúmulo de promesas no cumplidas y conflictos internos, evidenciando un liderazgo que, lejos de la revolución esperada, sucumbió ante sus propias debilidades y fantasías digitales, como él mismo reconocía cuando afirmaba sentir vergüenza por un gobierno que no logró ser la transformación que prometía.
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