En el escenario idílico de Kananaskis, Canadá, se desarrolla la cumbre del G-7 con tensiones latentes, ya que Donald Trump vuelve a la mesa internacional bajo un clima de incertidumbre y desafíos. Los líderes de las principales economías del mundo se reúnen para abordar temas críticos, como las amenazas arancelarias y la seguridad en Oriente Próximo, a raíz de nuevos ataques entre Israel e Irán. El anfitrión, el primer ministro canadiense Mark Carney, enfrenta el reto de evitar divisiones abiertas entre Washington y sus aliados, en una cumbre donde, a diferencia del pasado, no se emitirá un comunicado final para evitar desacuerdos.
Además de las fricciones comerciales, con Trump amenazando con imponer fuertes aranceles, la agenda se ve marcada por la delicada situación de Ucrania y la búsqueda de sanciones más contundentes contra Moscú. Las conversaciones previas entre las delegaciones, como las de Trump y la líder de la UE, Ursula von der Leyen, se centran en la estabilización de los mercados energéticos y el fortalecimiento de la cooperación multilateral, poniendo a prueba el compromiso estadounidense con estas estructuras. En este contexto tenso, el liderazgo internacional se esfuerza por buscar un equilibrio que evite una escalada de conflictos y fomente la cooperación frente a desafíos globales.
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