La cumbre del G-20 en Brasil, presidida por Luiz Inácio Lula da Silva, concluyó con un acuerdo de mínimos que refleja las tensiones y desafíos actuales de la comunidad internacional. El encuentro, marcado por las tensas situaciones bélicas en Ucrania, Gaza y Líbano, dejó en evidencia las significativas discrepancias internas sobre temas cruciales como la lucha contra el hambre y la pobreza, promovida intensamente por Lula. A pesar de los esfuerzos, los líderes solo lograron consensuar un llamamiento a un alto el fuego en Gaza y la entrada expedita de ayuda humanitaria, manteniéndose vagos en su pronunciamiento sobre el conflicto ucranio. La importancia de una solución multilateral fue enfatizada, aunque la lejanía de un consenso pleno quedó patente en la tibia respuesta respecto a la responsabilidad de Rusia en la agresión contra Ucrania.
El segundo día de la cumbre estuvo dominado por el cambio climático y la polémica tras la detención de militares acusados de un plan contra Lula. El presidente brasileño pidió más ambición, solicitando que los países desarrollados adelanten sus metas de neutralidad climática. En términos de política global, la declaración del G-20 mencionó la necesidad de moderar las armas nucleares y subrayó una defensa de la cooperación mundial, en un aparente desafío a las políticas aislacionistas anticipadas del presidente electo de EE. UU., Donald Trump. Además, se vislumbró un apoyo a reformar las instituciones internacionales para reflejar los equilibrios actuales y se discutió un impuesto global sobre las grandes fortunas. Sin embargo, tensiones sobre las rutas tradicionales y la negativa de algunos líderes a comprometerse con el desarrollo sostenible complicaron el cierre de la declaración conjunta. Brasil, por su parte, reforzó su posición en la escena internacional, preparando el terreno para la futura COP 30 en la Amazonia.
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