Las recientes declaraciones de Mark Zuckerberg, fundador de META, han generado una importante polémica a nivel mundial al admitir haber impuesto censura en las redes sociales, favoreciendo el discurso oficial de la progresía «woke». Este reconocimiento refuerza las críticas previas, como las del político argentino Javier Milei, sobre el desbalance en el juego democrático. Ahora, en un entorno donde las reglas buscan aplicarse equitativamente, las voces progresistas que antes abanderaban la censura se muestran desorientadas. La izquierda, acostumbrada a controlar y moldear la narrativa pública, se enfrenta a un nuevo contexto donde el debate no se limita a etiquetas y donde la desinformación y la revisión histórica que dominaban el discurso están siendo cuestionadas. En respuesta, se acusa a la libertad emergente de inquisidora, reflejando el desafío de adaptarse a un ecosistema menos protegido por la censura.
Este movimiento no se presenta de forma aislada, sino acompañado por cambios empresariales y políticos globales que sugieren el ocaso de una era percibida por algunos como autoritaria. En Estados Unidos, y más allá, se debate sobre una alteración consciente de los valores occidentales. Ahora, con la caída de ciertos medios de comunicación tradicionales, financiados por un establishment considerado totalitario, surgen nuevas plataformas informativas. Estas ofrecen a las nuevas generaciones una sensación de mayor protección e información, configurando un cambio en cómo se consumen historias, delineado por preferencias en lugar de caprichos. En este nuevo paradigma, la defensa de los valores tradicionales se convierte en la punta de lanza de una renovada actitud frente a lo convencional. A medida que la humanidad emerge de lo que algunos califican como una década de control inquisidor, se abre paso un ecosistema antiwoke que busca reafirmar el legado cultural y civilizatorio de Europa y Occidente.
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