En el contexto político español, el fenómeno que una vez galvanizó a millones ahora parece desmoronarse bajo el peso de sus propias contradicciones y promesas incumplidas. Hace siete años, el movimiento emergente sorprendió al panorama nacional con su mensaje de cambio y renovación, atrayendo a una considerable parte del electorado cansado de la política tradicional. Sin embargo, en la actualidad, conserva solo una sombra de su antigua vitalidad. Los líderes, que ayer eran considerados símbolos de esperanza, se enfrentan ahora a crecientes críticas tanto internas como externas, mientras luchan por mantener la cohesión en un partido desgastado por divisiones internas y la falta de una dirección clara.
Este deterioro no solo afecta a su credibilidad, sino también a su capacidad para influir en la agenda política del país. Mientras otros grupos políticos han conseguido adaptarse y reinventarse frente a los nuevos desafíos y demandas sociales, este movimiento parece estancado, adherido a discursos y estrategias que han perdido resonancia. El desencanto entre sus bases, cada vez más palpable, pone en jaque su futuro, además de abrir espacio para que nuevas alternativas políticas intenten capturar el apoyo de un electorado que sigue ansiando el cambio y la renovación prometidos hace ya casi una década. La situación plantea serios interrogantes sobre el papel que jugarán en un escenario político visiblemente en transformación.
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