En la Arena México, un martes cualquiera se convierte en el epicentro de una lucha más allá del ring: el enfrentamiento entre tradición y modernidad. A medida que la lucha libre mexicana ha ganado notoriedad global, turistas de todo el mundo se congregan en las primeras filas, capturando cada hazaña con sus teléfonos inteligentes, mientras que en las gradas, los apasionados locales siguen voceando su apoyo o abucheo en un crisol de emociones. La creciente popularidad de este emblemático espectáculo ha traído consigo un aumento en las ganancias y la afluencia de un público más diverso, transformando la experiencia tradicional y generando un cambio en la demografía asistente.
Sin embargo, este auge no está exento de críticas. La gentrificación cultural se hace presente, elevando los precios de las entradas y desplazando a los fanáticos de siempre, quienes observan cómo su pasatiempo se aleja de sus raíces populares. Expertos advierten sobre la transformación del espectáculo en un negocio internacional, ejemplificado por la reciente absorción de la AAA por la WWE, mientras los fieles comerciantes locales y los fanáticos debaten entre el entusiasmo por la nueva derrama económica y la amenaza a la esencia del deporte. Entre tensionados gritos de «técnicos o rudos», se traza un llamado a preservar la autenticidad de una tradición que encuentra su equilibrio entre la modernidad y el recuerdo de lo que fue.
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