Conforme pasaron los años, el colegio que inicialmente se identificaba con una ideología progresista comenzó a transformarse. Las cuotas de inscripción aumentaron significativamente, limitando el acceso a familias de menores recursos y alejándose del perfil inclusivo que caracterizaba a la institución en sus inicios. Esta evolución impulsó un cambio en el ambiente escolar, inclinándose hacia un enfoque más elitista y restringido, que contrastaba con la visión original del centro educativo.
Paralelamente, surgieron prácticas de disciplina más severas que se impusieron en el día a día del colegio. Estas medidas, asociadas comúnmente con modelos educativos más tradicionales, empezaron a formar parte del paradigma institucional. La implementación de una disciplina punitiva reflejó una clara divergencia respecto a los valores progresistas que alguna vez definieron a la institución, consolidando la transformación hacia un ADN más conservador y elitista.
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