El caso del cardenal italiano Angelo Becciu ha resurgido con nuevos desarrollos, complicando aún más el panorama en el Vaticano. A pesar de haber sido despojado de sus prerrogativas en 2020 por el Papa Francisco tras ser acusado de fraude financiero, Becciu se ha mantenido firme en su deseo de participar en el próximo cónclave. La polémica se intensificó cuando documentos de última hora revelaron que el Papa había dejado instrucciones verbales y escritas para impedir su participación, situación que ilustra las críticas sobre la impulsividad de Francisco a la hora de tomar decisiones canónicas. En medio de este torbellino de intrigas, el cardenal, anteriormente una figura influyente dentro de la Santa Sede, desafía los intentos de exclusión y se apoya en la falta de documentación oficial que legitime su veto, subrayando la confusión institucional que rodea al proceso.
El historiador Alberto Melloni destaca en su análisis la confusión creada, similar a precedentes históricos donde decisiones papales se han traducido en crisis dentro de la estructura eclesiástica. La situación se complica aún más cuando información revelada por medios italianos sugiere que el cardenal camarlengo, Kevin Farrell, fue portador institucional de la orden de Francisco de dejar fuera a Becciu, siempre de manera informal, hasta que aparecieron dos cartas firmadas por el propio Papa. Mientras tanto, la opinión pública y los propios purpurados esperan una resolución antes del cónclave, conscientes de que defectos procesales podrían cuestionar la validez de la elección papal. Todo esto ocurre en un entorno donde la gestión de recursos financieros bajo el mando de Becciu y su abrupto final han dejado una sombra sobre las prácticas de gestión en el Vaticano, alimentando las especulaciones sobre las luchas de poder internas entre los altos cargos eclesiásticos.
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