El Real Mallorca atraviesa un periodo crítico, evidenciado en un notorio declive deportivo desde la finalización de la primera vuelta de la temporada hasta la actualidad, marcada por la Supercopa de Arabia. El conjunto dirigido por Arrasate y construido bajo la dirección de Pablo Ortells y Alfonso Díaz, ha descendido de la sexta a la décima posición en la tabla de la liga, superado por equipos como la Real Sociedad, Girona, Rayo, y Osasuna, mientras que el Betis, Celta y Sevilla se encuentran en una posición amenazante. La distancia respecto a los puestos de descenso, que era de 14 puntos, se ha reducido peligrosamente a solo 9. El equipo balear ha visto mermada su defensa, bajando de la quinta a la octava mejor del torneo, y su capacidad ofensiva ha disminuido, ahora con un promedio de menos de un gol por partido y permitiendo más de uno en contra. En los últimos cuatro enfrentamientos, solo ha logrado un empate, sumando tres derrotas.
Los intentos del club por revertir esta tendencia incluyen movimientos en el mercado de cesiones, enviando a Llabrés y Luna a la Segunda División, cediendo al poco utilizado Van der Heyden, y anunciando renovaciones de jugadores clave como Dani Rodríguez, Abdón y Valjent, aunque esta última con cierto dramatismo. Además, el equipo ha integrado a jóvenes promesas como Jan Salas y Marc Domenech, aunque su impacto en el primer equipo ha pasado prácticamente desapercibido. Fuera del campo, el CEO del Club ha tomado decisiones administrativas que incluyen la adquisición de una «ribbon board» y la terminación amistosa del contrato con un restaurante local, el cual será rebautizado en el futuro, posiblemente con una marca más reconocida internacionalmente por motivos de paisanaje. Estos esfuerzos reflejan una estrategia de supervivencia en un panorama cada vez más competitivo y exigente.
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