El conflicto en Siria, que comenzó en 2011 y dejó un terrible saldo de más de medio millón de muertos, millones de refugiados y desplazados internos, parece tener su final a la vista. En el reciente Doha Forum, una asamblea geopolítica anual celebrada en Qatar, la caída de Bashar Asad resultaba inminente ante el avance de fuerzas rebeldes que han logrado capturar importantes territorios como Alepo, Hama y Homs, llegando a amenazar la capital, Damasco. La coalición liderada por los islamistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS) progresa rápida y eficazmente, poniendo de manifiesto la fragilidad del régimen de Asad, debilitado por años de sanciones, corrupción y pérdida de apoyo militar de potencias como Rusia e Irán, quienes comienzan a distanciarse del líder sirio.
A nivel internacional, la situación se torna compleja con la retirada del apoyo militar iraní y la cautela rusa en respaldar incondicionalmente al régimen sirio. En medio de un contexto global cambiante, donde Moscú se enfoca en la invasión de Ucrania y Teherán en conflictos regionales, la falta de una sólida estrategia de Bashar al-Asad para mantener la lealtad de sus aliados complica su permanencia en el poder. La comunidad internacional, liderada por Naciones Unidas, explora la apertura de un proceso de transición política, haciendo urgente la implementación de la Resolución 2254 del Consejo de Seguridad para la reconciliación y reconstrucción de Siria. En este marco de incertidumbre, el destino del país se discute en Doha, donde los países de la región expresan un renovado interés en una solución política que evite más derramamiento de sangre y caos en Siria.
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