La industria estadounidense de semiconductores se encuentra en una etapa de transformación sin precedentes, impulsada por una combinación de inversiones masivas y maniobras políticas. Según un análisis de Bernstein Research, publicado en Nikkei Asia, se espera que Estados Unidos pueda satisfacer hasta el 50% de su demanda interna de chips para el año 2032. Este es un avance notable, considerando que el año pasado la producción nacional era nula.
Esta transición hacia la soberanía tecnológica ha sido catalizada por el CHIPS Act y por negociaciones estratégicas durante la administración de Donald Trump. Un componente clave de este cambio es el acuerdo de 165,000 millones de dólares con TSMC, el coloso taiwanés de semiconductores, que lidera la construcción de nuevas fábricas en Arizona. Estas plantas no solo están diseñadas para satisfacer el mercado de EE. UU., sino también para reducir su dependencia de proveedores extranjeros.
Aunque la aspiración de fabricar el iPhone en territorio estadounidense no ha fructificado, se están observando significativos avances en otras áreas. Empresas como NVIDIA han comprometido inversiones por un monto de hasta 500,000 millones de dólares para trasladar la producción de sus aceleradores Blackwell a Estados Unidos, utilizando los nodos avanzados de TSMC en Arizona. Esta movida está atrayendo a gigantes tecnológicos como Foxconn, Quanta y Wistron.
Por ahora, la producción nacional se focaliza en chips de rango medio, fundamentales para la inteligencia artificial y los centros de datos, con la visión de avanzar hacia procesos tecnológicos más avanzados. AMD está jugando un papel crucial en este escenario, suministrando CPUs EPYC que facilitan la producción de chips de última generación.
La meta de Estados Unidos es lograr una autosuficiencia total en la fabricación y suministro de semiconductores, un objetivo crítico frente a la competencia tecnológica con Asia y las tensiones comerciales globales. A pesar de los desafíos, como el liderazgo asiático en nodos de vanguardia, la tendencia es prometedora. La presencia de TSMC y el desarrollo de nuevas foundries por parte de Intel están creando un mercado nacional cada vez más robusto e independiente.
En definitiva, el concepto «Made in USA» aplicado a la industria de semiconductores ha dejado de ser un mero lema político. Estados Unidos está en camino de recuperar un rol esencial en la producción global de chips, posicionando a Arizona como el epicentro de esta nueva era tecnológica.
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