José Andrés Bel y Adela Esteban, una pareja profundamente integrada en el municipio de Port de la Selva, Girona, decidieron aventurarse en el mundo de la hostelería tras más de 20 años veraneando en la zona. A partir de 2018, comenzaron a gestionar una decena de bares y restaurantes a pesar de su falta de experiencia en el sector, revitalizando los inviernos en un pueblo que normalmente cerraba tras la temporada alta. Sin embargo, este impulso económico se vio trágicamente interrumpido cuando ambos decidieron quitarse la vida, dejando un gran vacío en la comunidad y la inesperada preocupación de los afectados, incluidos empleados y propietarios cuyo sustento depende de estos negocios.
El impacto del suicidio de la pareja se siente profundamente en la localidad, con un centenar de empleados afectados y una serie de inversores que ven cómo sus apuestas financieras se desvanecen. Los trabajadores, si bien están al corriente de pago, se enfrentan a un futuro incierto mientras la empresa analiza su viabilidad. El complejo Brascó, su mayor proyecto, se convierte en un símbolo de la ambiciosa pero fallida expansión. Ante este triste desenlace, los residentes están llamados a la cautela, mientras las autoridades locales piden respeto y evitan especulaciones sobre las circunstancias de las muertes.
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