Tras el fallecimiento del Papa Francisco, la Capilla Sixtina se prepara para albergar las reuniones del cónclave, donde los cardenales de todo el mundo se reunirán bajo estricto secreto para elegir a su sucesor. Este proceso, que generalmente se realiza entre 15 y 20 días después del fallecimiento del Papa, se lleva a cabo a puerta cerrada hasta que un candidato obtiene al menos dos tercios de los votos. La elección del nuevo pontífice se anuncia mediante la tradicional fumata blanca, producto de la quema de las papeletas con productos químicos, que indica a los fieles que se ha elegido al nuevo líder de la Iglesia católica. Si no se alcanza el consenso necesario, la fumata negra, indicativa de la falta de acuerdo, será visible desde la chimenea del Vaticano.
La historia del cónclave ha visto situaciones extraordinarias, como la prolongada elección de Gregorio X, que se extendió por 34 meses a partir de 1268. Los cardenales, reunidos en Viterbo tras la muerte de Clemente IV, fueron recluidos bajo drásticas medidas, incluidas la restricción de alimentos y la eliminación de parte del techo del palacio para acelerar una decisión. El proceso culminó con la elección de Tebaldo Visconti, quien se encontraba en una cruzada en Tierra Santa y finalmente se convirtió en el Papa Gregorio X. Este evento impulsó la implementación de reglas más estrictas para los cónclaves futuros, establecidas por Gregorio X en el Concilio de Lyon de 1274, con el objetivo de evitar la repetición de una situación similar. En la actualidad, aunque no existe un límite de tiempo fijo, se han implementado normas que regulan hasta cuatro votaciones diarias para facilitar la elección del nuevo Papa sin caer en extensas dilaciones que marcaron el pasado.
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