Las recientes filtraciones en la política española han desatado una ola de reacciones entre los diferentes actores políticos. Mientras algunos se escandalizan, otros se apresuran a defender la indefendible situación actual. Este escenario refleja la fragmentación interna de los partidos, que carecen de estructuras sólidas y mecanismos democráticos efectivos. La polarización aumenta, con militantes cada vez más fanatizados y dispuestos a atacar o defender a sus líderes, sin un debate constructivo que sustente sus posturas. Esta transformación muestra que el equilibrio entre organización y militancia se ha roto, generando un sistema político más divisivo.
La tendencia hacia partidos débiles y una militancia extremadamente leal se ha evidenciado no solo en España, sino también en otros contextos, como el de EE. UU. durante el mandato de Trump. Este fenómeno se agrava cuando los partidos abandonan los procedimientos democráticos internos en favor de una lealtad ciega a sus líderes. La política actual, que se asemeja a una dramatización mediática, ha normalizado la falta de debate sustantivo. En un entorno donde se prioriza la agresividad por encima del diálogo, el riesgo es que los más extremistas tomen el control, relegando la deliberación en favor de un enfrentamiento entre identidades y posturas absolutas.
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