Durante la República Romana, la agricultura y la economía estaban profundamente entrelazadas. La mayoría de los ciudadanos romanos se dedicaban a trabajar sus tierras y solo se alistaban temporalmente en el ejército durante periodos de guerra. Sin embargo, a medida que Roma expandía su territorio y las campañas militares se prolongaban, se hizo necesario crear un ejército profesional. Este cambio trajo consigo un reto económico significativo: los soldados ahora debían recibir un salario constante, conocido como stipendium.
Para financiar esta nueva estructura militar, Roma comenzó a gravar a los territorios conquistados, que se veían obligados a pagar tributos en forma de dinero, suministros e incluso servicios. Aquellas ciudades o pueblos que resistían el poder de Roma se convertían en provincias sometidas, gobernadas por funcionarios romanos y sometidas a un régimen fiscal. El denario, una moneda de plata acuñada por primera vez en el siglo III a.C., fue la base del sistema económico de Roma, pesando 4,5 gramos de plata casi pura.
Sin embargo, para afrontar los crecientes gastos militares, Roma recurrió a la devaluación monetaria. A lo largo del tiempo, el contenido de plata del denario se fue reduciendo, hasta que durante el gobierno de Nerón, en el siglo I d.C., el peso del denario había caído a 3,41 gramos. Más tarde, bajo el emperador Caracalla, las monedas contenían menos del 50% de plata. Este fenómeno de devaluación llevó a una inflación considerable, afectando principalmente a los soldados que recibían sus salarios en estas monedas, cuyo valor disminuía constantemente.
La devaluación del denario y la reducción de su contenido de plata tuvieron profundas repercusiones en la estabilidad económica de Roma. Los legionarios, que dependían de su salario para subsistir, veían cómo su poder adquisitivo disminuía rápidamente, generando descontento. La práctica de raspar los bordes de las monedas para vender las limaduras de plata reflejaba la pérdida de confianza en el sistema monetario. Los intentos de los banqueros (argentarii) de controlar la situación fueron insuficientes, y aunque el emperador Constantino intentó restaurar la estabilidad introduciendo el solidus, una nueva moneda de oro, la crisis económica ya estaba en marcha.
Este colapso económico tiene ecos sorprendentes en la actualidad. La devaluación de las monedas y la inflación que provocan no son exclusivas de la antigüedad. En el mundo moderno, muchos países han experimentado fenómenos similares, como la hiperinflación en Zimbabue, Venezuela o Argentina. La creación de dinero sin respaldo económico, la reducción del valor intrínseco de las monedas y la excesiva impresión de billetes han llevado a situaciones económicas críticas, que, al igual que en Roma, han erosionado la confianza en los sistemas monetarios.
La comparación entre la economía romana y las economías modernas invita a una reflexión. Aunque contamos con herramientas más sofisticadas para gestionar la oferta monetaria, como la política de tipos de interés o la independencia de los bancos centrales, muchos de los problemas fundamentales siguen siendo los mismos. La inflación, la devaluación y la pérdida de confianza en las monedas afectan profundamente tanto a los mercados financieros como al bienestar de la población.
El salario, que toma su nombre del salarium que se pagaba a los soldados romanos en forma de sal, sigue siendo un símbolo de la estabilidad económica. Sin embargo, la historia de Roma nos recuerda que cuando los sistemas monetarios se erosionan, las consecuencias son devastadoras.
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