Durante siglos, Stonehenge ha capturado la imaginación y curiosidad de quienes intentan desentrañar sus secretos en la llanura de Salisbury, Inglaterra. Este monumento megalítico ha sido objeto de especulación respecto a su propósito original, pero recientes estudios liderados por investigadores del University College London y la Universidad de Aberystwyth han propuesto que Stonehenge fue concebido como un símbolo de unidad para las diversos comunidades de la antigua Gran Bretaña. Estas conclusiones se basan en el descubrimiento de que la Piedra del Altar, un monolito clave en el círculo de piedras, tiene origen escocés, sugiriendo un esfuerzo comunitario monumental al ser transportada desde el noreste de Escocia a través de una distancia de más de 700 kilómetros.
El proceso de transporte involucró trineos de madera y miles de personas, posiblemente sirviendo como un catalizador para el intercambio cultural y las celebraciones. Además de su papel unificador, Stonehenge habría tenido significados religiosos y políticos, reflejando una conexión profunda con los solsticios y sirviendo como lugar de culto y enterramiento. La reconstrucción del monumento, entre 2620 y 2480 a.C., coincide con la llegada de nuevas poblaciones europeas a Britania, que aportaron tecnologías como la metalurgia. Esta enriquecida interacción cultural podría haber motivado la reedificación de Stonehenge como un punto de encuentro entre lo antiguo y lo nuevo, simbolizando la fusión de tradiciones locales con la innovación traída por los recién llegados.
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