En su actual mandato, Donald Trump ha demostrado una vez más su carácter polarizador y su tendencia a lanzar declaraciones provocativas y, en ocasiones, descabelladas. Durante su breve tiempo en la presidencia, ha implementado una serie de medidas que, aunque reflejan su estilo a menudo irreflexivo, también incluyen advertencias que no deberían ser ignoradas por un Occidente que él percibe como ingenuo e ilusorio. En particular, Trump parece enfocarse con fuerza en la defensa atlántica, un área donde busca corregir el déficit de compromiso político y presupuestario de los aliados tradicionales. Esta posición puede obedecer no solo a la estrategia militar, sino también a una posible venganza personal contra un establecimiento europeo que lo ve con desdén.
Por otro lado, la respuesta en Europa a esta nueva postura estadounidense está dividida. Algunos países, conscientes de su vulnerabilidad frente a amenazas externas, podrían estar dispuestos a comprometerse más en la defensa común. Sin embargo, existe una sensación creciente de incertidumbre, especialmente en España, donde el presidente Pedro Sánchez parece priorizar una postura pacifista y de oposición a Trump. En este contexto, las críticas apuntan a que España, aunque potencialmente expuesta a riesgos significativos, opta por una estrategia que podría poner en entredicho su seguridad. La discusión realmente se centra en cómo equilibrar el compromiso con la defensa propia y colectiva, frente a un pacifismo que algunos consideran obsoleto e irresponsable en el actual escenario geopolítico.
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