Un devastador terremoto azotó Birmania, dejando un saldo trágico de más de 1.700 muertos, según las primeras estimaciones oficiales. El epicentro del sismo tuvo lugar cerca de Mandalay, la segunda ciudad más grande del país, que ha sufrido el mayor impacto de la catástrofe. Los residentes locales describen escenas de destrucción masiva, con todas las pagodas y templos antiguos reducidos a escombros, intensificando el dolor de una nación que valora profundamente su patrimonio cultural y religioso. Las autoridades locales y los equipos de rescate han estado trabajando sin descanso para buscar sobrevivientes entre los escombros, pero las labores de búsqueda y socorro se ven obstaculizadas por las áreas afectadas de difícil acceso y por la destrucción de infraestructuras clave.
La comunidad internacional ha comenzado a ofrecer asistencia, mientras los hospitales locales se encuentran abarrotados atendiendo a miles de heridos. La destrucción de líneas eléctricas y de telecomunicaciones ha complicado aún más la respuesta a la emergencia, dificultando las coordinaciones necesarias para la distribución de ayuda. El terremoto no solo ha golpeado físicamente a Birmania, sino que ha suscitado serias preocupaciones sobre los planes de gestión de desastres y la infraestructura de emergencia en el país. Las familias afectadas por esta tragedia enfrentan ahora una ardua tarea de recuperación en medio de la pérdida directa de vidas humanas y de la destrucción de monumentos culturales y religiosos, pilares de identidad y espiritualidad local.
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