El Líbano, apodado la «Suiza de Oriente Próximo» durante los años 70, atraviesa una de las tres crisis mundiales más graves desde el siglo XIX, según el Banco Mundial. Antaño un próspero centro financiero, el país no ha logrado recuperarse de sus múltiples conflictos internos y externos, exacerbados por la guerra civil que duró de 1975 a 1990 y las repetidas invasiones israelíes. La estructura política libanesa, heredada del periodo del Mandato Francés, está basada en un sistema confesional que divide el poder entre musulmanes suníes, chiíes y cristianos maronitas. Sin embargo, este equilibrio es frágil y las tensiones entre los distintos grupos han sido una constante que ha dificultado la gobernabilidad.
Hizbulá, surgido como grupo armado chií influido por Irán, ha evolucionado hasta convertirse en un poderoso actor dentro de Líbano, poseyendo un considerable brazo militar y una red de servicios sociales que le ha granjeado apoyo popular. A pesar de los intentos internacionales y locales por desarmarlo, la organización se mantiene fuerte y sigue presente en el panorama político libanés, a pesar de perder escaños en las elecciones de 2022. La milicia controla grandes áreas del país, incluidas partes significativas de Beirut y el sur, con apoyo logístico y financiero principalmente de Irán y en menor medida de Siria. Los recientes conflictos, como la devastadora explosión en Beirut de 2020 y los bombardeos israelíes, han profundizado la crisis económica y política del país, dejando una estela de destrucción e inestabilidad.
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