En el ámbito político chileno, la retórica en torno a la burocracia estatal ha evolucionado hacia una estrategia discursiva que toma prestado de la biología parasitaria, con el objetivo de movilizar apoyos mediante el descontento común hacia el funcionamiento del Estado. Un asesor del candidato Republicano ha calificado a los funcionarios públicos de «parásitos», sugiriendo que el Estado chileno está plagado de empleados inútiles que viven a expensas de los impuestos ciudadanos. Esta narrativa busca instaurar una auditoría rigurosa en cada ministerio, presentándose como una lucha contra la corrupción y la ineficacia, a pesar de que los datos del Consejo Fiscal Autónomo y del Ministerio de Hacienda indican que Chile tiene una de las administraciones públicas más pequeñas de la región. Sin embargo, esta propuesta está más alineada con un acto de teatralización que con una política pública fundamentada, ya que la indignación y el desprecio hacia lo público suelen resonar más que las cifras concretas.
En contraste, mientras en Chile se promueve una «destrucción» del Estado en nombre de la eficiencia, en Europa se celebra la innovación en la gestión estatal, como lo demuestra la reciente premiación de Philippe Aghion con el Nobel de Economía. Su trabajo sobre destrucción creativa enfatiza la necesidad de un Estado inteligente que regule y promueva la investigación, desafiando la idea de que el debilitamiento estatal es un camino hacia el progreso. En Chile, la retórica actual representa más un espectáculo electoral lleno de desconfianza y promesas de auditoría como acto de purificación moral, que una verdadera estrategia de mejora institucional. Esta narrativa, que enfrenta a “sanos” contra “infectados”, alimenta una política del odio que divide y fragmenta a la sociedad. El problema no son los funcionarios, sino un discurso que se nutre de la desconfianza, dejando al país en una postura reactiva en lugar de creativa.
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