La infancia y juventud del protagonista de esta historia se desarrollaron entre dos etapas marcadamente diferentes en Chile. Durante sus primeros años, vivió en la casa de su abuela en calle Catedral, Santiago, la cual describía como un lugar de vivencias cotidianas, entre ventanas con barrotes y patios llenos de vida con gallinas. Las actividades en la plaza Brasil y los vendedores ambulantes marcaban el ritmo de un entorno urbano vibrante que más tarde dejó atrás para mudarse a Viña del Mar. La nueva etapa se caracterizó por el sacrificio de sus padres al enviarlo a un colegio privado en busca de una educación en inglés, a pesar de las adversidades económicas. El regreso a Santiago, concretamente a Puente Alto, significó un cambio radical, inmerso en un barrio donde las diferencias sociales se encontraban en una mezcla diversa de niños con los que compartió la pasión por el fútbol callejero.
La trayectoria educativa y política de este individuo cambió con su ingreso en el prestigioso Instituto Nacional, donde enfrentó el desafío académico de inmersión en un ambiente de exigencia. Allí, no solo fortaleció su interés por el ajedrez, sino que también desarrolló una conciencia política que lo llevó a afiliarse a la Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago. Su interés por el mundo político se extendió durante su paso por la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, donde se vinculó con los movimientos de izquierda, incluyendo su relación con figuras emblemáticas como Salvador Allende. A lo largo de su vida, el Estadio Nacional se convirtió en un lugar significativo, no solo por su pasión futbolística, sino también por sus recuerdos imborrables de la histórica tercera posición de Chile en el Mundial de 1962. La política y el compromiso social marcaron su carrera, llevándolo a roles de asesoría en el Gobierno de Allende, lo que dejó una huella indeleble en su trayectoria personal y profesional.
Leer noticia completa en El Pais.