Una de las imágenes más icónicas de la astronomía moderna es la visualización del agujero negro supermasivo en la galaxia M87, situado a unos 53 millones de años luz de la Tierra. Este colosal objeto concentra la masa de varios miles de millones de soles en un volumen relativamente pequeño, lo que lo convierte en un fascinante estudio de los fenómenos gravitacionales extremos. A pesar de que la caracterización clásica de un agujero negro sugiere que ni siquiera la luz puede escapar de su campo gravitacional, teoría que los haría invisibles, la radiación de Hawking postula que podría haber una emisión débil de luz debido a fluctuaciones cuánticas en el horizonte de sucesos. Aunque esta luz es muy tenue para ser detectada con los instrumentos actuales, sigue siendo un campo de investigación activo.
Más allá de ser "invisibles", los agujeros negros pueden actuar tanto como espejos como lupas, alterando la trayectoria de la luz alrededor de ellos debido a su efecto en el espacio-tiempo. Cuando la luz de un objeto, o incluso de nuestras propias emisiones, curva su trayectoria alrededor de un agujero negro, podemos ver imágenes distorsionadas o incluso reflejos de nosotros mismos, similar a un espejo, pero con la peculiaridad de que podríamos ver partes de nosotros que usualmente no son visibles, como la nuca. Además, en presencia de un disco de acreción, que es una estructura de material girando en torno al agujero negro, este material se calienta y emite luz, ofreciendo una visión sorprendente del fenómeno. La representación cinematográfica de Gargantúa en la película Interstellar capta este fenómeno, mostrando el disco distorsionado en torno al agujero negro, una visión que ha sido confirmada por observaciones reales, demostrando una vez más la capacidad de la ciencia para anticipar y comprender lo aparentemente incomprensible.
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