El Ártico, una región que durante mucho tiempo fue considerada un desolado rincón del mundo, está emergiendo como un foco de atención global debido a su creciente relevancia en la geopolítica actual. Rusia ha intensificado su presencia mediante la construcción de infraestructuras militares y el desarrollo de rompehielos nucleares para dominar la Ruta del Mar del Norte, rica en recursos naturales. Este impulso se enmarca dentro de sus esfuerzos por reestablecer la antigua esfera de influencia soviética y desafiar a Occidente en diversos frentes estratégicos. En paralelo, China también ha extendido su influencia en el Ártico a través de inversiones en infraestructura y asociaciones económicas, buscando asegurar el acceso a minerales y energías críticas, en línea con su estrategia global de expansión.
Por su parte, Estados Unidos ha mostrado una postura cada vez más asertiva en la región, a pesar de enfrentar desafíos de capacidad industrial para sostener operaciones estratégicas en el hielo. La administración de Trump, en particular, cuestionó la cooperación tradicional con aliados como Canadá y Dinamarca, proponiendo medidas tan audaces como la compra de Groenlandia. Este cambio ha acentuado la volatilidad en las relaciones internacionales del Ártico, reflejando tensiones globales más amplias entre potencias autoritarias y democracias liberales, así como el conflicto entre explotación de recursos y preservación ambiental. Con el rápido deshielo del Ártico y las implicaciones climáticas que esto conlleva, el mundo se enfrenta no solo a desafíos geopolíticos, sino también a una urgente necesidad de cooperación internacional para gestionar los impactos ambientales en esta región cada vez más vital.
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