La reciente cumbre anual sobre cambio climático ha estado marcada por una caótica serie de desacuerdos y falta de consenso entre los países participantes. Las discusiones, que tenían como objetivo establecer compromisos concretos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, se vieron continuamente obstaculizadas por las divergencias entre las principales potencias mundiales y las naciones en desarrollo. Este desorden creó un ambiente tenso y poco productivo, donde las propuestas para unificar esfuerzos no lograron encontrar el apoyo necesario. El evento también fue criticado por carecer de una planificación adecuada, lo que resultó en sesiones con un prolongado uso de tiempo sin avances significativos.
Algunos representantes destacaron la importancia de que las cumbres futuras cuenten con un enfoque más claro y orientado a la acción, resaltando la necesidad urgente de implementar políticas efectivas que mitiguen el impacto del calentamiento global. Mientras tanto, organizaciones medioambientales y activistas criticaron la falta de compromiso y ambición mostrada en la cumbre, subrayando que los efectos del cambio climático exigen medidas inmediatas y coordinadas a nivel global. En medio de esta maraña de desacuerdos, quedó patente la dificultad de alcanzar una respuesta unificada y efectiva, reflejando la complejidad del desafío climático y la falta de consenso sobre los pasos necesarios para abordar esta crisis global.
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