En América Latina, el ascenso de la ultraderecha ha sido rápido y significativo, logrando el poder en países como Argentina y Brasil, con líderes como Javier Milei y Jair Bolsonaro. En Chile, José Antonio Kast podría seguir este camino si gana la segunda vuelta presidencial. A diferencia de Europa, donde la ultraderecha crece de forma más gradual y suele gobernar en coalición, en América Latina la estructura electoral favorece su ascenso al poder ejecutivo, incluso si enfrentan altos niveles de desaprobación. La segunda vuelta de las elecciones permite que los votantes opten por el «mal menor», un fenómeno que ha facilitado la victoria de estos líderes a pesar del considerable rechazo social que generan.
Estudios recientes intentan comprender el perfil de quienes no apoyan a la ultraderecha en estos países, descubriendo que se trata de un grupo heterogéneo que incluye desde sectores urbanos educados hasta clases medias católicas. Aunque son diversos y enfrentan tensiones internas, estos grupos comparten una oposición al radicalismo de la ultraderecha y enarbolan el valor de la democracia. Para contrarrestar su ascenso, es crucial formar «alianzas negativas» que integren a estos distintos segmentos, uniendo actores democráticos para frenar el avance de fuerzas políticas antidemocráticas. En este contexto, delinear liderazgos que personifiquen una opción viable y no solo un mal menor, resulta vital para preservar la democracia en la región.
Leer noticia completa en El Pais.


