Las principales ciudades españolas han avanzado significativamente en la creación de infraestructuras para fomentar el uso de la bicicleta como medio de transporte diario, pero Madrid queda rezagada a pesar de sus afirmaciones de contar con 759 kilómetros de carriles bici. Al comparar con urbes como Barcelona, Valencia y Sevilla, donde la circulación de bicicletas ha crecido considerablemente gracias a una red bien conectada y segura, Madrid muestra una realidad muy distinta: la mayoría de los carriles están situados en la periferia, y los pocos que discurren por el centro resultan inseguros y están desconectados, lo que desincentiva su uso. Mientras tanto, ciudades como Copenhague y Ámsterdam muestran cifras de desplazamientos en bicicleta que superan amplísimamente a las de la capital española, alcanzando el 27% y el 34% respectivamente, gracias a políticas urbanas decididas y efectivas.
El incumplimiento de antiguos compromisos por parte del Ayuntamiento de Madrid, como la creación de un carril bici a lo largo de la Castellana, destaca aún más el contraste con otros modelos europeos. La situación actual se agrava con la percepción de la bicicleta más como una actividad recreativa que como un medio de transporte esencial. A esta problemática se suma el desgaste de las bicicletas públicas de Bicimad, con reportes de accidentes que podrían atribuirse a la falta de mantenimiento adecuado. Activistas y expertos en movilidad sostienen que fomentar el ciclismo urbano requiere una infraestructura coherente y bien planificada, criticando la «contabilidad creativa» de los kilómetros de carril bici que Madrid asegura tener. La escasez de rutas seguras y conectadas en el centro urbano continúa manteniendo a la bicicleta como un medio subutilizado en la capital española, en detrimento de esfuerzos globales por una movilidad más sostenible.
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