En 1944, Borgoña, una región vinícola icónica, se convirtió en campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial, con franceses y estadounidenses luchando contra los alemanes por sus preciados viñedos. Más de 80 años después, la industria vitivinícola mundial se enfrenta a nuevos desafíos: el cambio climático altera las cosechas, aumenta el costo de producción, y las complejidades geopolíticas como los aranceles impuestos por Trump complican el comercio internacional. En este contexto, el consumo mundial de vino se redujo a 214 millones de hectolitros en 2024, con España experimentando un leve aumento del consumo interno, pero una caída en las exportaciones.
Las condiciones en las regiones vinícolas se vuelven más inciertas. En Galicia, incendios han arrasado viñedos, pero en Rías Baixas, la exportación de albariño prospera gracias a una añada excelente. En Rioja, la denominación ha reducido los niveles mínimos de graduación alcohólica para adaptarse a las nuevas tendencias de consumo. Las bodegas también se ven afectadas por la volatilidad del mercado global y la competencia de nuevos productores como China y el sudeste asiático. La caída en el consumo entre los jóvenes plantea la necesidad de combinar el vino con valores culturales y de sostenibilidad para asegurar su relevancia futura.
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