En un mundo cada vez más dominado por la prisa y la superficialidad de las redes, la pérdida de la capacidad crítica preocupa a muchos. La educación, que debería ser un remedio contra la desinformación, está siendo relegada en favor del uso masivo de dispositivos electrónicos sin una verdadera competencia digital. La crítica social sugiere que sin una base sólida en disciplinas como la historia o la filosofía, el pensamiento crítico se ve debilitado, generando una sociedad que acepta noticias falsas como libertad de expresión. Este fenómeno plantea preguntas sobre la forma en que las nuevas generaciones interpretan y critican el mundo que les rodea.
En un contexto diferente, jóvenes como Beneharo Guijarro Hernández expresan su frustración ante la precariedad económica que enfrentan, donde la independencia y el acceso a la vivienda se perciben como metas inalcanzables. Esta generación, que busca dignidad más que riqueza, vive con la presión de empleos que devoran su tiempo, deseando equilibrios que les permitan vivir auténticamente. Mientras tanto, otros, como Irene Marco Gabarre, reflexionan sobre cómo las constantes noticias de sufrimiento global afectan emocionalmente. La realidad del dolor ajeno, y el desafío de encontrar un propósito mientras se intenta mitigar el sufrimiento, se convierte en una lucha diaria para muchos. En contraste, el mundo del fútbol muestra una cara distinta del debate económico, con contratos millonarios como el de Lamine Yamal, que plantean preguntas sobre la ética y la cohesión dentro del deporte.
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