El panorama de la filologia catalana en la Universitat de Barcelona presenta una paradoja: mientras los estudios de esta disciplina enfrentan la percepción de pocas salidas laborales y un desprecio social, la realidad es que existe una creciente demanda de filólogos especialmente en el ámbito educativo. Actualmente se vive una emergencia ante la falta de profesores de catalán en las escuelas, lo que ha llevado a la implementación de medidas extraordinarias para paliar la situación, como la relajación de requisitos para ingresar a la bolsa de interinos y la ampliación voluntaria de la jornada laboral de los docentes ya en ejercicio. Sin embargo, estas soluciones han levantado críticas dentro del sector, ya que muchos de los nuevos profesores carecen de una formación sólida en literatura, lo cual podría tener repercusiones negativas en la calidad de la enseñanza.
Por otra parte, las universidades enfrentan el desafío de atraer nuevos estudiantes a la carrera de filología catalana, cuyo interés ha disminuido desde el auge en los años ochenta. El descenso de inscripciones a lo largo de los años se ha combinado con un alto porcentaje de abandono, lo cual deja un limitado número de graduados. La administración ha comenzado a reaccionar, lanzando campañas de promoción de los estudios de filología y, según se anuncia, está prevista una nueva edición de esta campaña. Sin embargo, tanto académicos como responsables políticos coinciden en que la respuesta debe ir más allá y ofrecer incentivos a largo plazo que pongan en valor la carrera, incluyendo mejoras en la retribución y condiciones laborales de los profesionales de la lengua catalana, así como una actualización de los planes de estudio para adaptarse a las necesidades de una sociedad cada vez más diversa y digitalizada. La conexión entre el conocimiento de la lengua y los retos de la justicia social surge como una tarea urgente en la formación de los futuros filólogos.
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