La gestión de la fortuna de las empresas familiares en España mediante oficinas de familia es un tema que adolece de información exhaustiva, a pesar de su importancia en la economía nacional. Estas oficinas, conocidas como «family offices», gestionan los activos de las familias más acaudaladas, diversificando sus inversiones más allá de sus negocios principales. Ejemplos notables incluyen la familia Osborne, cuya octava generación enfrenta el desafío de administrar un complejo esquema de inversión, y el emblema gallego, Pontegadea de Amancio Ortega, que muestra un balance entre propiedades inmobiliarias y filantropía. Las «family offices» son vistas como entes de discreción, esencial para mantener la estabilidad y crecimiento del patrimonio familiar, pero enfrentan retos significativos, especialmente en la transmisión intergeneracional de riqueza.
A nivel global, se espera un crecimiento del 73% en la gestión de patrimonios a través de «family offices» para 2030, lo que las posiciona por encima de los fondos de alto riesgo. En este ámbito, la relación y el nombre de estas oficinas están sellados por la discreción y la exclusividad. La evolución tecnológica ha facilitado la administración de estas estructuras, aunque el verdadero reto reside en preservar la riqueza y los valores familiares a lo largo de las generaciones. El mantenimiento de la armonía dentro de las familias adineradas se traduce en evitar conflictos internos y fomentar una cultura educativa en la gestión del capital, convirtiendo la «family office» en un eslabón clave para la perpetuación de la riqueza familiar. Sin embargo, lograr que estas oficinas trasciendan como centros de valores y no solo de capital, sigue siendo el objetivo más esquivo.
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