La industria del entretenimiento ha elevado la producción de los conciertos a un nuevo nivel, convirtiendo cada espectáculo en una experiencia multisensorial. Artistas como Beyoncé, Jennifer Lopez y Lady Gaga ya no solo ofrecen música en vivo, sino auténticas experiencias inmersivas caracterizadas por complejas coreografías, efectos visuales de última generación y una escenografía que desafía los límites. Sin embargo, el afán por ofrecer lo más grandioso ha dado lugar a incidentes preocupantes, como cuando una falla en un elemento aéreo obligó a Beyoncé a detener su espectáculo. Esta búsqueda de la espectacularidad plantea interrogantes sobre hasta qué punto es necesario asumir tales riesgos en los shows.
En este contexto, las giras han experimentado un crecimiento sin precedentes, impulsadas por la necesidad de mantener la atención de un público acostumbrado a la rápida gratificación digital. Tal es el caso de Taylor Swift, cuya etapa con «The Eras Tour» abarcó dos años y cincuenta y una ciudades, demostrando la magnitud y presión de los espectáculos modernos. Artistas como Bad Bunny, aunque reacios a igualar estas proezas, no dejan de expandir sus agendas ante la demanda del público. Sin embargo, no todos están dispuestos a sacrificar su bienestar por el espectáculo; figuras como Miley Cyrus han optado por priorizar su salud mental y física, renunciando a la agotadora rutina de las giras mundialistas. Estos desarrollos resaltan la necesidad de repensar las exigencias actuales del entretenimiento a gran escala.
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