Jesús de Nazaret, central en el cristianismo, vivió y murió como judío, testimonio que se perpetúa en la famosa inscripción en la cruz: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos». En su época, los judíos cumplían estrictas leyes dietéticas dictadas por la Ley Mosaica, que prohibía el consumo de animales inmundos como el cerdo. Este mandato no solo regulaba la alimentación, sino que también simbolizaba la fidelidad al Pacto y la distinción entre judíos y gentiles. Las escrituras sagradas, como Levítico y Deuteronomio, prohíben explícitamente el consumo de cerdo, refiriéndose también al contacto con sus cadáveres como causa de impureza ritual.
La representación de cerdos en los belenes navideños contrasta con el tabú judío, reflejando un cambio que se origina con el Nuevo Testamento y el advenimiento del cristianismo. Bajo el Nuevo Pacto, las restricciones dietéticas judías dejaron de ser obligatorias, lo cual simbolizó la inclusión de gentiles en la fe cristiana. Pasajes bíblicos como la visión de Pedro en los Hechos de los Apóstoles y las enseñanzas de Jesús según el evangelio de Marcos declaran «limpios» todos los alimentos, cerdo incluido. Así, el cristianismo rompió con ciertas tradiciones hebreas, permitiendo la integración de nuevas culturas y prácticas alimentarias, reflejadas en las figurillas de cerdos que hoy adornan nuestros belenes, pese a sus raíces juzgadas impuras en el judaísmo original.
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