En el suburbio de Dahiye, en Beirut, el feudo de Hezbolá ha sido escenario de violencia y tensión tras la reciente serie de ataques. Durante una marcha fúnebre para enterrar a cuatro víctimas de explosiones a distancia, un walkie-talkie estalló, desatando el pánico y la sospecha generalizada hacia cualquier dispositivo electrónico. Los incidentes se replicaron en otros puntos del Líbano, generando una oleada de imágenes de detonaciones similares en las redes sociales. La situación se intensificó con un ataque aéreo israelí que mató a 31 personas, incluyendo al jefe de las fuerzas de élite Radwan de Hezbolá, Ibrahim Aqil. Estos sucesos han dejado al descubierto una profunda vulnerabilidad e infiltración en el bastión del grupo chií.
La repercusión de estos ataques ha sido devastadora. Además de las pérdidas humanas, cientos de milicianos de Hezbolá han quedado fuera de combate justo cuando Israel sugiere una inminente invasión terrestre en el sur del Líbano. La estrategia, más allá de causar bajas, parece enfocarse en interrumpir las comunicaciones de Hezbolá y exponer a sus operativos, según el analista Ralph Baydoun. La tecnología avanzada y la capacidad de inteligencia israelíes, respaldadas por Estados Unidos, han desnudado la fragilidad de Hezbolá, que enfrenta una combinación letal de reconocimiento facial y inteligencia artificial. En respuesta, el líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, ha intentado minimizar el impacto y reafirmar la resistencia del grupo, aunque enfrenta un desafío monumental en la defensa de su infraestructura y moral.
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