Egipto está en medio de un ambicioso proceso de transformación liderado por el gobierno de Abdelfatá Al Sisi, quien ha impulsado la construcción de impresionantes infraestructuras y una nueva capital en el desierto. Este proyecto, descrito como una «nueva república», ha sido posible gracias al aumento significativo de la deuda. Desde que Al Sisi asumió en 2014, la deuda externa ha crecido de 46.000 millones a casi 153.000 millones de dólares para junio de 2024. Gran parte de estos fondos provienen de instituciones multilaterales como el FMI y el Banco Mundial, así como de prestamistas bilaterales, entre los que destacan Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y China.
Pese a los gigantescos desembolsos, la mayoría de la deuda no se ha invertido en servicios sociales o sectores económicos productivos, sino en cubrir déficits presupuestarios, financiar proyectos de infraestructura, estabilizar la moneda y pagar deuda previa. Este problema de sobreendeudamiento representa un grave obstáculo para el desarrollo, ya que muchos países afectos destinan más fondos al pago de intereses que a áreas vitales como salud o educación. En una reciente conferencia en Sevilla, se abordan posibles nuevas reglas para hacer del endeudamiento un proceso más justo y equilibrado.
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