En un escenario de tensión renovada, el conflicto del Sáhara Occidental se intensifica cuatro años después de que el Frente Polisario declarara roto el alto el fuego con Marruecos. Las hostilidades, que han interrumpido cerca de tres décadas de relativa calma, han resultado en la muerte de un centenar de saharauis y el desplazamiento de miles de personas de la zona colchón del territorio, sin apoyo significativo para su causa. A pesar de las esporádicas escaramuzas, el conflicto sigue demostrando su naturaleza de baja intensidad. Durante el congreso trienal del Polisario de enero de 2023, el movimiento saharaui reforzó su decisión de intensificar la lucha armada contra Marruecos, estrategia que se enfrenta a la creciente actividad militar marroquí. Mientras Rabat ha fortalecido su control y vigilancia sobre el territorio, apoyándose en la diplomacia internacional, el Polisario continúa informando de sus acciones mediante partes de guerra, sin asumir ataques contra civiles a pesar de las acusaciones marroquíes.
Paralelamente, el panorama diplomático gira alrededor de la cuestión del Sáhara, con Marruecos asegurando el respaldo de España y Francia a su plan de autonomía, y Estados Unidos, bajo la administración de Trump, reafirmando el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el territorio. La ONU, deseosa de reactivar el proceso de paz, se enfrenta al estancamiento del plan de autonomía marroquí, criticado por su falta de desarrollo. La situación en la región continúa inestable con el uso de tecnología militar como drones israelíes, que según la Oficina Saharaui de Coordinación causaron múltiples víctimas. Este escenario de hostilidades intermitentes subraya un conflicto complejo que persiste sin resolución, en un territorio que, bajo la supervisión de la ONU, sigue siendo considerado como no autónomo y en proceso de descolonización.
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