La arquitectura, esencia del resguardo humano, se origina en la casa, un concepto que trasciende el tiempo y la evolución estructural desde las primitivas cuevas hasta los modernos rascacielos. La casa, una estructura que nace de la necesidad de protección, ha sido el refugio fundamental frente a las amenazas externas. Esta esencia perdura incluso en tiempos de avances tecnológicos que han transformado el paisaje urbano con imponentes construcciones. Sin embargo, la casa sigue siendo el núcleo íntimo del ser humano, un lugar de seguridad y continuidad personal, donde la rutina diaria cobra sentido y se depone la guardia. En la atmósfera de este refugio, uno duerme tranquilo, confía en su entorno y resguarda recuerdos, ilustrando su papel central en la vida humana.
No obstante, la seguridad inherente a la casa se transformó en tragedia durante la dana de 2024, cuando 68 personas fallecieron ahogadas en sus propios hogares en l’Horta Sud. Estas plantas bajas, otrora vistas como espacios seguros y económicos, se convirtieron en trampas mortales bajo el embate del agua. La narrativa de sus muertes resalta una alarmante contradicción: la estructura edificada para proteger se tornó en un encierro implacable. Este evento resalta una dolorosa lección respecto a la vulnerabilidad de viviendas ubicadas en zonas frecuentemente afectadas por fenómenos climáticos extremos, imponiendo la necesidad de remirar y rediseñar los conceptos de seguridad de nuestros hogares.
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