La controversia que rodea a Íñigo Errejón ha generado un intenso debate público. Elisa Mouliaá, actriz, ha denunciado al político por un incidente que describe como una experiencia desagradable y ofensiva, en la que alega haber sido abordada de manera inapropiada por Errejón. La actriz afirma sentirse «paralizada» durante el encuentro, aunque las conversaciones compartidas con sus amigas a través de WhatsApp han sido presentadas como evidencia de su estado mental y emocional durante el evento. Esta denuncia ha reavivado la discusión sobre los límites del consentimiento y la apropiación de la narrativa de víctima, recordando episodios anteriores de figuras públicas que han suscitado debate similar.
El caso de Errejón y Mouliaá ha servido para alimentar una conversación sobre las expectativas culturales y las percepciones de la conducta masculina. Las opiniones en las redes y medios reflejan una polarización creciente, con algunas voces subrayando la necesidad de escuchar a las presuntas víctimas, mientras que otras hacen hincapié en los riesgos de juicios precipitadamente condenatorios sin una revisión judicial adecuada. La controversia también resalta la ironía de la dualidad en las palabras y acciones de personajes públicos, como Errejón, que previamente han apoyado movimientos de protección femenina pero ahora enfrentan acusaciones que cuestionan su comportamiento personal. En este contexto, se subraya la importancia del debido proceso y la ponderación equilibrada entre las preocupaciones de justicia social y los derechos individuales.
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