Madrid enfrenta una ola de calor que ha transformado la ciudad en un escenario candente, afectando tanto a turistas como a residentes. La Puerta del Sol, uno de los puntos más concurridos, ve cómo las chanclas turísticas se derriten sobre el asfalto. En respuesta, el Ayuntamiento ha invertido 1,5 millones de euros en instalar 32 toldos desmontables, en lugar de optar por soluciones más sostenibles como plantar árboles, que proporcionarían sombra de manera natural y gratuita. Esta medida ha sido objeto de críticas, ya que parece ser un reflejo de la tendencia a capitalizar el cambio climático, dirigiendo a la población a lugares donde puedan gastar dinero, como bares y centros comerciales, en lugar de fomentar espacios verdes.
Mientras tanto, la situación en el transporte público tampoco mejora. Usuarios de la línea 5 del metro, masificada debido al cierre temporal de la línea 6 por obras, compiten diariamente por evitar desmayos debido al calor sofocante. Incidentes como el desplome de una pasajera de 70 años son cada vez más comunes, reflejando un ambiente de tensión y desesperación. Estos sucesos han sido interpretados como parte de una gestión deficiente que prioriza intereses económicos sobre el bienestar ciudadano, en lo que algunos perciben como una política urbana envuelta en simbolismo ritualístico que mantiene a la ciudad en un estado constante de combustión.
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