En el ámbito educativo, crece la preocupación por los efectos negativos de la jornada partida en los estudiantes españoles. Según denuncian los docentes, los alumnos muestran un comportamiento más inquieto y descontrolado después del almuerzo, lo que afecta su capacidad de concentración y rendimiento académico. Este cambio en la conducta ha llevado a los profesores a cuestionar la eficacia de dividir el horario escolar en dos partes separadas por una pausa para comer, una estructura que, en teoría, debería permitir a los estudiantes un descanso revitalizante.
Por otro lado, los padres de los alumnos coinciden en el diagnóstico, señalando que sus hijos regresan a las aulas «muertos de sueño» tras la comida. Esta somnolencia impide que los estudiantes aprovechen las clases de la tarde de manera efectiva, generando un ambiente de apatía y falta de compromiso con las tareas escolares. La comunidad educativa debate sobre la necesidad de rediseñar el horario escolar para mejorar el bienestar y el desempeño de los estudiantes, en busca de una solución que concilie la eficiencia académica con el equilibrio diario de los jóvenes.
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