Claudia Sheinbaum comienza su mandato presidencial enfrentando retos significativos, entre ellos el escalamiento de la violencia y el equilibrio económico del país. Con la inminente llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, Sheinbaum no solo debe asegurar una gobernabilidad interna estable, sino también prepararse para posibles desafíos en la relación bilateral con Estados Unidos. A diferencia de anteriores líderes, la presidenta se enfrenta a las suspicacias de estar bajo un «maximato» político, donde su primera misión es consolidar la cohesión del partido Morena, antes que romper con el legado del fundador. La figura del expresidente sigue siendo influyente, por lo que Sheinbaum busca llenar el vacío dejado por él sin intentar sustituirlo o superarlo.
En el ámbito político interno, Sheinbaum está llamada a mitigar las disputas dentro del partido Morena, especialmente las tensiones visibles entre figuras clave como Adán Augusto López Hernández y Ricardo Monreal. Tales choques no solo reflejan una lucha de poder sino también una oportunidad para que Sheinbaum afirme su liderazgo y depure el partido de aquellos cuya lealtad sea cuestionable. A pesar de las dificultades, la presidenta ha demostrado determinación en armar un gobierno que afronte los problemas recientes, usando la erradicación de la corrupción y el combate efectivo al crimen organizado como estrategias para consolidar su poder. Su objetivo es claro: pacificar y fortalecer su gestión mientras mantiene viva la esencia de la causa que representa, con vistas a aseguras un futuro más estable para la nación.
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