Emmanuel Macron, aclamado como el «Napoleón del siglo XXI», llegó a la presidencia de Francia a los 39 años, tras una rápida escalada desde un ministerio de segunda fila. Con habilidad para la seducción y discursos memorables, el exbanquero se posicionó como un reformador sin ataduras ideológicas, enfrentándose a retos significativos como la reforma de las pensiones. Sin embargo, ocho años después, su legado se desmorona en medio de una popularidad en declive y una creciente presión política. Aislado y enfrentado a disensiones internas, Macron lucha por mantener su liderazgo mientras enfrentan la amenaza latente de Marine Le Pen, quien alcanza el 40% en los sondeos.
Ante este panorama, Macron ha convocado reuniones de urgencia con los partidos políticos en un intento desesperado por asegurar su gobierno. La necesidad de nombrar un nuevo primer ministro y aprobar un presupuesto son desafíos inmediatos en medio de un escenario fiscal complicado, con la deuda pública en un 114% del PIB. Las exigencias de los socialistas para aplazar la reforma de pensiones podrían erosionar aún más su legado, reduciendo sus logros a un puñado de discursos trascendentes. En una analogía con Franz Reichelt, el presidente debe aprovechar el momento crítico para rectificar el rumbo de su gobierno y evitar un colapso político, mientras la sombra de Le Pen sigue acechando.
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