El consumo de tabaco continúa siendo una preocupación significativa en la salud pública, manteniéndose como la segunda sustancia adictiva más utilizada después del alcohol. Pese a las campañas de concienciación y las políticas restrictivas, cada año se suman más jóvenes a su consumo, lo que genera alarmas entre expertos en salud. El tabaco tiene un impacto devastador en el organismo, capaz de reducir la expectativa de vida considerablemente. Cada cigarrillo consumido no solo repercute en la salud del consumidor, sino que también expone a los fumadores pasivos a graves riesgos, incrementando las estadísticas de enfermedades relacionadas.
Los efectos a largo plazo del tabaco están bien documentados y son ampliamente conocidos, pero su capacidad adictiva y la presión social entre los jóvenes continúan siendo factores que facilitan su propagación. Organizaciones de salud insisten en que se requieren medidas más contundentes para frenar su consumo, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Invertir en educación y prevención temprana aparece como una estrategia fundamental para intentar reducir el número de nuevos fumadores y mitigar el impacto que esta sustancia tiene en la salud global.
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