La guerra comercial entre Estados Unidos y China ha tomado un giro inesperado, revelando las complejidades de esta disputa global. A pesar de las demandas de Washington por una reducción mutua de aranceles, Pekín ha optado por eliminar casi por completo los aranceles sobre los chips estadounidenses, salvo en un segmento crucial: los chips de memoria. Esta excepción estratégica deja entrever las grietas en la presión ejercida por Estados Unidos.
Este movimiento no es un gesto de debilidad, sino un plan calculado para dividir a las empresas americanas y aumentar la presión interna sobre la Casa Blanca. China ha eliminado los aranceles en ocho códigos aduaneros relacionados con semiconductores, lo que deja fuera únicamente a los chips de memoria, esenciales para el almacenamiento de datos. Este acto, silencioso pero elocuente, se produce en un contexto de aranceles elevados por ambas partes: 145% desde Estados Unidos y 125% desde China.
El cambio estratégico permite que varios chips diseñados en Estados Unidos pero ensamblados o exportados desde el Sudeste Asiático entren en China con tarifas reducidas, reactivando rutas de comercio paralizadas. Esto desafía las sanciones estadounidenses y empuja a sus empresas a buscar alternativas para sostener sus exportaciones.
Grandes corporaciones estadounidenses como Walmart y Target han manifestado su descontento, advirtiendo sobre el coste inasumible de esta guerra comercial. Las reservas de transporte marítimo desde China a EE. UU. han caído un 64%, afectando la logística global y aumentando los costos de los productos básicos.
Scott Bessent, secretario del Tesoro en funciones, ha reconocido que esta situación «no es sostenible» y destaca cómo el colapso del comercio bilateral daña la economía estadounidense. Con este «desarme parcial», China reduce la presión sobre sus sectores tecnológicos, aísla políticamente a EE. UU., y divide al sector empresarial estadounidense.
Este movimiento se da en un momento en que el PIB chino ha crecido un 5,4% en el primer trimestre, demostrando la resistencia de su modelo de crecimiento pese a las presiones exteriores. La respuesta de Washington será crucial. Si no actúa, sus empresas podrían intensificar operaciones a través de filiales en el Sudeste Asiático o firmar acuerdos bilaterales con otros mercados, debilitando aún más la estrategia estadounidense.
Lo que parecía una interminable guerra comercial podría evolucionar hacia un conflicto por nuevas rutas comerciales, donde la agilidad y la flexibilidad decidirán el vencedor. China ha mostrado que puede maniobrar hábilmente para cambiar el equilibrio de poder económico sin alardes ostentosos.
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