En el debate sobre la infraestructura digital del presente y del futuro, los centros de datos se suelen imaginar como gigantescas naves industriales llenas de servidores, alimentadas por potentes sistemas eléctricos y de refrigeración. Sin embargo, expertos del sector insisten en que la verdadera diferencia entre un edificio con ordenadores y un auténtico centro de datos de referencia no está en los kilovatios instalados, sino en la conectividad que es capaz de ofrecer.
Aaron Wendel, responsable de NOCIX, LLC, lo ha expresado en un análisis reciente: “Cualquiera puede coger un edificio, instalar electricidad, poner refrigeración, añadir algo de infraestructura y llamarlo centro de datos. La gente lo hace todo el tiempo, no es tan difícil. El verdadero valor de un centro de datos proviene de su conectividad, del número de redes que lo consideran su hogar”.
La reflexión pone de manifiesto una realidad a menudo eclipsada por las cifras de inversión o la capacidad eléctrica instalada. La conectividad es lo que convierte un data center en un punto neurálgico de Internet, permitiendo el intercambio de tráfico entre múltiples operadores y redes.
El indicador más fiable para medir esa relevancia no está en las notas de prensa de las empresas, sino en PeeringDB, la base de datos colaborativa que recoge información sobre interconexión de redes a nivel mundial. Según esta plataforma, los centros de datos más valiosos no son necesariamente los que más servidores alojan, sino aquellos que concentran el mayor número de operadores y proveedores de contenido, generando un efecto red que multiplica su importancia estratégica.
En Estados Unidos, por ejemplo, destacan gigantes como Equinix Ashburn (DC), conocido como el “punto de encuentro de Internet en la costa este”, o instalaciones en Dallas, Chicago y Silicon Valley, que agrupan a cientos de operadores. A escala global, los hubs de Frankfurt, Ámsterdam, Londres y Singapur siguen siendo referencias clave de conectividad internacional.
Durante años, la narrativa alrededor de los centros de datos se ha centrado en los megavatios contratados y en la capacidad de albergar decenas de miles de servidores. Pero la observación de Wendel es clara: sin interconexión, un centro de datos no pasa de ser un almacén de hardware. La diferencia entre un centro de datos de proximidad con un único proveedor de Internet y un hub de interconexión internacional radica en el número de carriers disponibles, puntos neutros de Internet (IXPs), peering privado entre grandes redes y acceso a cables submarinos o troncales nacionales.
En España, el crecimiento del ecosistema de centros de datos en Madrid ha estado acompañado precisamente por este debate. La capital se ha posicionado como un hub digital europeo emergente no solo por la capacidad energética disponible, sino porque está atrayendo inversión en puntos de interconexión, presencia de carriers internacionales y despliegue de cables submarinos hacia la Península Ibérica.
Para voces como la del empresario David Carrero, cofundador de Stackscale, “la interconexión es lo que hace que un centro de datos cobre vida. Sin ella, no es más que un almacén tecnológico. La gran oportunidad de España es convertirse en puente digital entre Europa, África y América Latina, y eso depende más de la conectividad que de los vatios instalados”.
El mensaje es contundente: la potencia eléctrica y la refrigeración son condiciones necesarias, pero no suficientes. Lo que convierte un centro de datos en pieza crítica de la economía digital global es la interconexión, la diversidad de redes y la capacidad de convertirse en punto de encuentro para miles de sistemas autónomos.
En palabras de Aaron Wendel, “el verdadero valor de un data center se mide en la cantidad de redes que lo llaman hogar”. Y esa métrica, lejos de ser un detalle técnico, es lo que define la competitividad de un país o una ciudad en la economía digital del siglo XXI.
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