La investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat marca un cambio significativo en la política catalana, debilitando las aspiraciones independentistas que han dominado la última década. En un clima de hartazgo generalizado, incluso entre algunos sectores independentistas, Illa promete un enfoque de gestión pragmático y alejado de las emociones políticas, buscando estabilizar la región con un gobierno cooperativo apoyado por ERC y comunes. Sin embargo, las tensiones persisten, especialmente en torno a la posible concesión de un régimen financiero especial para Cataluña y la posición de Junts, cuyo líder Carles Puigdemont sigue siendo un factor decisivo en Madrid, a pesar de su menguante influencia en la política catalana.
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