El turista moderno, a menudo distante y poco inclinado a integrarse en la cultura local, se mueve por los destinos bajo esquemas preestablecidos. Existen variaciones; algunos se preparan con guías mientras otros prefieren la espontaneidad y las recomendaciones. Sin embargo, la mayoría busca descansar y mantenerse en su zona de confort, lo que les lleva a experimentar una «burbuja» donde repiten sus rutinas habituales lejos de casa. En un espectro diferente, se encuentran aquellos que adoptan una estancia prolongada, como artistas o enfermos que buscan un cambio de aire, y que generan un híbrido entre turistas y residentes. Este grupo se enfrenta a la necesidad de integrarse parcialmente debido a requerimientos básicos como la atención médica.
Uno de los escenarios más icónicos de esta dinámica es la Costa Brava, que ha acogido a figuras ilustres como el escritor Truman Capote, quien llegó en 1960 para acabar su novela «A Sang Freda». Siguiendo la recomendación del periodista Robert Ruark, Capote se instaló inicialmente en el Hotel Trias de Palamós y pasó más de 500 días en la región, aunque mudándose en diferentes ocasiones. Pese a su prolongada estancia, el rastro de Capote en la Costa Brava es casi inexistente; su huella se ha desvanecido, y pocos recuerdos fiables perduran. Apenas unas pocas personas mayores rememoran su paso, y la ruta turística dedicada a su memoria carece de demanda significativa, reflejando la efímera relación entre el afamado literato y el lugar.
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