El Partido Popular (PP) atraviesa una de sus peores campañas electorales en la historia reciente de España, demostrando una falta de coherencia y estrategia en su plan de comunicación y marketing. La organización, encabezada por un liderazgo que evita posicionarse con claridad entre opciones polarizadas, ha caído en un ejercicio de equilibrismo retórico, intentando no ofender a sectores que jamás votarán a la derecha. Este enfoque ha mermado la confianza de sus votantes tradicionales, quienes ven cómo el partido se aleja de sus principios liberales-conservadores en un esfuerzo por evitar conflictos ideológicos con la izquierda. Desde que Aznar forjó el término «centro-reformista», el PP ha luchado con un complejo de supervivencia que hoy se evidencia más que nunca en sus portavoces y representantes.
Las recientes declaraciones de los portavoces del PP reflejan una peligrosa equidistancia que flaquea frente a los desafíos morales y políticos. La insistencia en no elegir entre bandos bien definidos como el de terroristas y sus víctimas, o autócratas y defensores de la libertad, revela una tendencia al conformismo y a la pérdida de principios básicos del partido. Este desdibujamiento ideológico, encabezado por figuras como Feijóo y sus portavoces, ha dejado hueco a una socialdemocracia latente que preocupa a los votantes de base del PP. Sin una firmeza clara en sus posiciones, el riesgo es evidente: perder a los electores tradicionales mientras se intenta, sin éxito, atraer a aquellos que nunca votarán a la derecha. La estrategia actual amenaza con fragmentar aún más el panorama político español, promoviendo una inestabilidad interna en el seno del propio Partido Popular.
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