En un entorno mediático cada vez más complejo y saturado, se ha alzado una voz de alerta ante la creciente influencia de la desinformación en la sociedad estadounidense. Numerosos expertos y analistas han señalado que los ciudadanos están siendo sepultados bajo una avalancha de información errónea, que ha encontrado en las redes sociales y en las plataformas impulsadas por inteligencia artificial un fértil terreno para su proliferación. Este fenómeno no solo afecta la calidad del debate público, sino que también amenaza con erosionar las bases de la democracia al distorsionar los hechos y sofocar la verdad bajo una capa de falsedades masivamente distribuidas.
La preocupación se centra especialmente en cómo la inteligencia artificial y las redes sociales han facilitado la creación y diseminación de contenido engañoso a una escala sin precedentes. Algoritmos diseñados para maximizar el engagement suelen priorizar lo sensacionalista o polarizador, contribuyendo a la propagación de mentiras y teorías de conspiración. Este clima de confusión informativa ha suscitado llamados urgentes para que tanto plataformas tecnológicas como legisladores adopten medidas más eficaces y transparentes en la regulación de contenidos, buscando un equilibrio que proteja la libertad de expresión mientras se lucha contra la desinformación.
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